Leiva se encuentra felizmente borracho.
No se trata de esos estados etílicos balbuceantes y pesados. Pero sí
parece lo suficientemente relevante como para que el plan del día
siguiente (pasear por la sierra madrileña con su perro Jagger en
compañía de su mánager -y amigo- Paco López, que aporta a la caminata
hasta cinco canes) corra serio peligro.
Hay algo que no encaja en este plan: resaca-levantarse temprano-hacer ejercicio.
No, definitivamente Leiva mañana no va a estar en condiciones. La
entrevista comenzó hace unas cinco horas. Cae la medianoche en la
Alameda de Osuna,
barrio madrileño donde se ha criado el músico y donde vive en una casa
nada ostentosa, y sobre la mesa de su salón se asientan ocho latas de
cerveza (ya vacías) y cuatro botellas (también liquidadas) de un brebaje
que combina cerveza con tequila.
Desde la pared, Bob Dylan mira el espectáculo a través de sus legendarias gafas Ray-Ban Wayfarer.
También lo hacen unos atractivos Paul Newman y Robert Redford, que
deslizan una sonrisa socarrona a lomos de sus caballos en una secuencia
de Dos hombres y un destino. Leiva abre la puerta de su nevera y echa un
vistazo. El diagnóstico no es nada esperanzador, sobre todo para el
hígado de los presentes (el periodista y él). El único rastro de alcohol
es una botella de vino blanco.
El músico echa el líquido en un vaso para el periodista: él bebe a morro.
Su móvil anuncia un sms. “Es Paco. Quiere saber cómo va la entrevista y
si al final vamos a quedar mañana. Luego le contesto”, anuncia dejando
el teléfono en el suelo.
El centro de atención de Leiva está ahora en una guitarra eléctrica blanca. La agarra e interpreta un tema de
Moris, legendario rockero argentino. “Aquí estoy ahora esperando a nadie/ esperando a nada”, canta.
A pesar de los efectos de la bebida, sus dedos se mueven firmes por los trastes de la guitarra y su voz suena pasional.
Se encuentra en lo que los músicos conocen como “estado caliente”. El
cantante sienta su menudo cuerpo -57 kilos- en una de las orejas del
sofá y ofrece una especie de miniconcierto con sugerencias propias y
peticiones del oyente.
Traveling Wilburys;
Pereza (Windsor);
los Faces;
Leño (La Fina)… Está feliz, y no solamente por la euforia que provoca el alcohol.
“Me
sienta bien beber. Me gusta hacerlo de vez en cuando. Así amortigua ese
problema que tengo, lo que más me aterra y me tortura”, señala el músico.
Doce horas antes, al mediodía, el músico comenzaba el día tocando.
Pero era entonces el agua lo que regaba su garganta, durante el cuarto
ensayo de preparación para defender en directo -a partir de marzo- su
primer disco en solitario,
Diciembre. Leiva ha
alquilado una sala en unos locales fríos, oficinescos (y profesionales)
cerca de la M-40 madrileña, a diez minutos en coche de la Alameda,
barrio residencial al noreste de la capital. Al entrar en la sala,
Leiva, en el centro, ejerce de jefe-capataz de una banda de hasta ocho músicos.
Si exceptuamos a su hermano Juancho, de 24 años, vocalista del grupo
Sidecars y que hará de Rubén en la gira (“no jodas, no hagas esas
comparaciones; yo estaré ahí, en un rincón, tocando la guitarra y
haciendo coros”, responde con humildad),
Leiva, de 31 años, es el más pequeño de todos. Son tipos curtidos, elementos que han tocado desde en garitos sin camerinos hasta en Las Ventas. En realidad,
es
la banda de Pereza al completo, con alguna pequeña incorporación, dato
que puede ofrecer una visión del liderazgo que ejerce Leiva en el dúo.
“Rubén ha querido romper con todo para su nuevo proyecto y yo me he
llevado a la banda, que son mis amigos. Es algo natural”, se justifica.
Acto seguido se ponen manos a la obra. Y la obra es interpretar canciones que contendrá Diciembre: la espectacular
Eme, la reposada
Aunque sea un rato, la redonda
Nunca nadie. Casi al final del ensayo atacan una versión de
El caso de la rubia platino, de Joaquín Sabina, que acaba convirtiéndose en una especie de
You can’t always get what you want,
de los Rolling Stones. Sin la presencia de Rubén Pozo (el otro Pereza,
de 36 años) a su derecha, Leiva no muestra síntomas de que su liderazgo
se resienta. No se lo puede permitir.
La banda debe saber que no existen debilidades, que la jefatura es firme.
“Ese no es el ritmo que trabajamos, Rober”, le inquiere al batería, con
el que lleva tocando casi diez años. Rober asegura que sí es el ritmo,
pero, ante la insistencia del jefe, decide acelerarlo hasta que Leiva se
siente a gusto. Su hermano Juancho toca la guitarra a la derecha. En
mitad de un tema ocurre alguna imperfección y cruzan unas sonrisas.
Cuando
la música para, Juancho se acerca a su hermano, le señala los pedales
de su guitarra: “Los tienes ecualizados como Satanás”. Leiva entra en el juego: “Tus pedales son una mierda, tío”. Los dos sonríen; el resto de la banda asiente.
Al final del ensayo, Leiva propone “tomarse unos gin tonics” al día
siguiente por la noche. A pesar de ser la jornada libre de la banda, la
mayoría se apunta. En realidad, son amigos quedando a tomar algo un
sábado.
“Sé que manejo”, reflexiona Leiva horas después, “una cosa muy delicada: músicos contratados que son amigos. Pero me compensa”.
El ensayo acaba. Se ha hecho la hora de comer y enfilamos el camino de
un restaurante dentro de un centro comercial cercano. Nada más pisar el
establecimiento, un chico se acerca: “Leiva, ¿me puedo hacer una foto
contigo?”. El músico accede con un “por supuesto”.
El chaval, de
unos 16 años, lleva decorado el móvil con una pegatina de la lengua de
los Stones, una muestra más de la labor de difusión de los clásicos del
rock que entre los adolescentes hace Pereza. Un tipo ya entrado
en la treintena se acerca: “Leiva, eres un máquina. Os sigo desde hace
mucho”. Mientras se hace una foto, le pregunta:
“¿Por qué os separáis, cabrones?”. Cuando se va, Leiva dice: “Esa pregunta me la hace la gente mil veces al día”. Y, eso, por qué se separa Pereza.
“Rubén y yo queríamos un
nuevo disco de Pereza. Pero esta vez no nos hubiéramos puesto de acuerdo
en un repertorio y nuestra prioridad era una amistad limpia”
Para subrayar que Rubén y él no han acabado mal, como se dice
abiertamente en algunos foros, Leiva informa de que ayer estuvieron
juntos todo el día.
“Rubén y yo tenemos contacto a diario. Cuando veo una peli buena le pongo un mensaje: ‘Están poniendo Sin perdón en La 2’.
Una de las mejores cosas que él tiene es que te llama al telefonillo de
casa, sin avisar, y dice: ‘¿Bajas a tomar algo?’. ¡Por el telefonillo!
Es muy grande, el tipo más auténtico que conozco”.
Y ayer, el dúo pasó el día junto, grabando una sintonía instrumental
breve (apenas 20 segundos) para una serie de dibujos animados de un
amigo. “Mira, vamos a oírlo”, dice y me arrastra al pequeño estudio que
tiene en su casa, previo paso por una empinadísima escalera de caracol
de metal rojo. La minúscula pieza suena stoniana: esos juegos de
guitarra entre Keith Richards y Ron Wood.
La ruptura de Pereza no es tal. El grupo se ha tomado un descanso para editar sus discos en solitario (el
de Rubén se está grabando estos días y se publica en primavera). De
hecho, durante 2012 Pereza va a hacer conciertos, una media docena, el
primero en junio, en el Palacio de Vistalegre de Madrid.
Después de la respetuosa y detallada explicación de Leiva sobre la
decisión de emprender carreras en solitario, la conclusión puede ser así
de simple:
esta vez Rubén no ha querido ceder y sacrificar sus canciones, como otras veces, para un disco de Pereza.
Leiva lo ve así: “Nos pasamos las canciones que habíamos compuesto cada
uno en nuestra casa, como siempre hacemos cuando preparamos un disco de
Pereza.
Yo llevaba un cd en el coche con las de Rubén: son muy buenas, sobre todo una llamada Ozono, lo mejor que ha compuesto nunca.
Y luego nos juntamos para hablar. Creo que fue en Cádiz. No sé qué
hacíamos allí, pero fue en Cádiz. Teníamos 15 canciones cada uno. Yo
pensé: ‘Hostia, va a ser difícil. Aquí hay 30 temas’. Era la primera vez
que nos reuníamos con tantas. Él tenía un número de canciones más
grande de lo normal, y yo también. La solución era un álbum doble, pero
no nos apetecía.
Queríamos un disco de Pereza de 12 canciones. Y eso suponía una carnicería.
Las 12 preferidas de Rubén no coincidían con las mías. Y antes de
meternos en una espiral con fricciones decidimos hacer cada uno nuestro
disco. No nos hubiéramos puesto de acuerdo. Nuestra prioridad es
mantener nuestra amistad limpia; y, luego, está Pereza. Pero lo primero
es que estemos bien entre los dos”.
Eso igual crea un
precedente: a lo mejor ya no es posible nunca más un disco de Pereza.
Cuando os juntéis, dentro de unos años para diseñar un álbum, igual
ninguno quiere ceder.[Larga pausa] Puede ser, puede ser… No
hay planes. Pero tenemos algo muy especial juntos, un juguete que nos
va a apetecer coger otra vez. Pero no sabemos cuándo. La verdad es que
no éramos conscientes de lo que necesitábamos hacerlo. Ahora que Rubén
está en lo suyo y yo en lo mío, lo vemos. A Rubén le veo más enchufado
que nunca. De todas formas, me extrañaría que no volviéramos a grabar
como Pereza. Creo que lo vamos a volver a hacer.
Leiva se
expresa apuntalando las frases con martillo si es necesario. Balbucea
poco y subraya las palabras que cree importantes con una pronunciación
seca y rotunda. Gesticula con las manos y, alguna vez, cuando no
encuentra las palabras para expresar una idea, encorva su cuerpo como
funcionando en forma de palanca hasta que, por fin, extrae lo quiere
decir. Ocasionalmente, durante la conversación, esboza una sonrisa
quedona y lateral en un indudable gesto de pillo.
Se altera
poco, convence de que alguna cuestión no quiere desarrollarla con un
eficaz gesto de ternura y cuando le molesta algún comentario nombra al
periodista por su nombre al final de la frase e intercala algún “joder”.
¿Asuntos espinosos? sí, los que transitan por las letras del nuevo disco, que se ha fraguado en “un año muy perro”. Ejemplo:
la relación guadianesca con su novia, la actriz Michelle Jenner (Barcelona,
25 años): “Hemos pasado por momentos delicados, pero ahora estoy mejor.
Michelle es una persona muy importante en mi vida. Me ha ayudado mucho.
Las cosas están mejor. He recuperado el vuelo y la sensación de vaivén
empieza a desaparecer”. Más temas candentes:
el disco que grabó
con Johnny Cifuentes, de Burning, y que finalmente no se ha publicado
por un profundo desencuentro entre ambos. Ha pasado un año y
Leiva todavía no se ha recuperado. “Lloré mucho, muchísimo”, afirma.
Este periodista recuerda haber escuchado el álbum una mañana, en el
estudio de Leiva y con los dos protagonistas presentes. En ese momento
se estaba produciendo algo mágico: un músico de 30 años ayudando a su
ídolo de 60 a grabar el álbum de su vida.
“Pero, en el último
momento, Johnny me sacó la navaja”, indica Leiva, utilizando una
metáfora barriobajera. Y continúa: “Es un palo a la ilusión y a la
lealtad que me ha hecho mucho daño. Volqué mucha ilusión, dos
años de mi vida, yendo a su casa, tocando todos los instrumentos,
sacándole las letras...”. Obviamente, insistimos en que nos cuente los
detalles sobre esta expresión tan inquietante, “sacar la navaja”.
“Tengo tanto respeto por él que no quiero enmierdarlo más”, responde.
Este ambiente belicoso fue el germen del nuevo disco. No existen grandes diferencias entre la música de
Diciembre y la de Pereza. Leiva sí las ve. En realidad son matices que el oyente apenas apreciará.
Concede que es su disco “más rock”, pero no en el sentido de velocidad, sino en el de sonido.
“En Pereza teníamos una historia: en el momento que dejaba de sonar
como los Stones o Marc Bolan nos daba miedo y no lo hacíamos. Con este
trabajo he querido romper con eso. De repente,
encontré que el último disco de Foo Fighters es una referencia en cuanto a sonido”.
Volviendo a los asuntos personales, una exnovia suya (de las primeras y más duraderas) ha definido los dos lados de Pereza:
“Rubén es la ternura y Leiva la raza”. Se queda pensando unos segundos ante esta información,
esboza
una sonrisa al identificar mentalmente a la novia y señala: “Lo puedo
llegar a entender, pero no resto raza a Rubén ni a mí dulzura. Rubén exterioriza las cosas de una manera menos visceral y racial, y a mí eso me delata.
Yo tropiezo por eso y Rubén tropieza por guardarse cosas”.
Leiva acaba de bajar el volumen de voz y adopta un tono confesional.
Está a punto de contar algo que nunca ha salido en la prensa y duda si
le conviene. Toma un trago de vino blanco y se lanza:
“¿Sabes
cuál es la parte más débil de mi vida, la asignatura que no sé gestionar
y que me mata? Que soy muy aprensivo. En el momento que me entra una
enfermedad, me creo que voy a morir, siempre”.
Para reforzar aún más la idea, enumera de corrido hasta cinco libros
que consulta con frecuencia sobre el tema, como nombres como
Cómo combatir la hipocondría. Le sirve de gran ayuda su hermana Esther, de 34 años, que por sus conocimientos médicos -es enfermera- ejerce de asesora.
“Esta
mañana, por ejemplo. Me he levantado nerviosísimo porque no sentía los
dedos de la mano izquierda. Y llamo alarmado a mi hermana, que me
contesta: ‘Miguel, no pasa nada, tío. Será una mala postura al dormir”.
A los dos días, otro inquieto telefonazo: “Esther, me encuentro mal,
estoy vomitando y me veo blanco”. La importancia de esta obsesión se
constata en un dato:
estas llamadas se repiten hasta cuatro veces por semana.
¿No te has planteado acudir a un psicólogo?No
descarto la posibilidad de ir y decirle: ‘Oye, cuatro días a la semana
creo que voy a morir de una enfermedad terminal’. Además, y supongo que
está relacionado con la aprensión, soy un tipo que tiene una cabeza muy
veloz. Voy muy deprisa, le doy mucha importancia a las cosas y hago un
mundo. Es mi gran punto débil. Trabajo para corregirlo.
Para
llevar a cabo este trabajo necesita ayuda externa, una veces de un
amigo (“Rubén hace mucho esa función”), otra de la familia (“mi hermano
pequeño Juancho, con el que vivo”), otras tantas del alcohol. “Me sienta
muy bien emborracharme”, expone: “Me hace aflojar, quitarle importancia
a las cosas.
Necesito un narcótico para que me calme. No soy
adicto a ninguna pastilla, pero me sienta bien beber. Y asumo las
resacas como parte del peaje”.
“No descarto la posibilidad
de ir a un psicólogo y decirle: ‘Oye, cuatro días a la semana creo que
voy a morir de una enfermedad terminal”Habla mucho de sus padres en tono reverencial.
Se trata de una familia de clase media de la periferia madrileña. Leiva
(de nombre real José Miguel Conejo) tiene tres hermanos: Pablo, de 37 ;
Esther, de 34; y Juancho, de 24, con el que vive. Su madre es ama de
casa y su padre ha trabajado muchos años en el Ministerio de
Agricultura. Una de sus funciones era escribir discursos políticos.
“Alguno le hizo a Felipe González”, señala.
Es una familia que
siempre ha votado al PSOE. “La llegada del PP al Gobierno”, explica, “es
una tragedia, pero estoy decepcionado con el PSOE de Zapatero. Ahora
mismo estoy más a la izquierda”. Considera que lee bastante y aporta autores que le pellizcan: el poeta punk valenciano
Sor Kampana, Alfredo Saldaña, por supuesto su adorado
Robe Iniesta, de Extremoduro… Últimas lecturas:
El lápiz del carpintero, de Manuel Rivas, y
Por quién doblan las campanas, de Hemingway. Ah, y tirados en el baño de su casa tiene
Greguerías, de Gómez de la Sena, y un ejemplar de Rolling Stone con la portada de Bunbury.
¿Cuánto dinero tienes?El suficiente para haber
comprado una casa para mis papás, estar pagando ésta que comparto con mi
hermano, y una tercera en Gredos. Ah, y tengo una furgoneta muy hippy
que se la compré a un tipo por 3.500 euros y que me deja tirado
constantemente.
Se enfada (y mucho, aunque mantiene el tono educado) cuando
sale a relucir el poco cariño que despierta entre un influyente sector
de la crítica española, que resalta su supuesta impostura rockista y el
poco calado de sus textos: “No tengo pose. Desde chiquitín he
querido vivir el rock and roll, su estética, sus canciones. Es algo
natural. En cuanto a las letras, voy creciendo poco a poco.
No soy Serrat ni Robe Iniesta. Pero
creo que cada vez lo voy haciendo más lindo”. Y remata con una
reflexión: “Todo tiene que ver con los prejuicios y se pasará con el
tiempo.
En este país, lo popular es vulgar. Pero con el tiempo
se pondrán las cosas en su sitio y se reconocerá que Pereza era [habla
en pasado] una banda de verdad. Nos han criticado porque había muchas adolescentes en nuestros conciertos.
¡A quién no le gusta que haya chicas en sus conciertos!”.
En su último cumpleaños, el de los 31, recibió un regalo muy
especial. Su chica, Michelle, le cogió del brazo y le llevó a una
especie de garaje. Cuando abrió la puerta (¡sorpresaaaa!), 40 de sus
amigos y una pantalla enorme le esperaban. Después de los achuchones
comenzó la proyección: el primer capítulo de su adorada Los Soprano, con
las voces dobladas por sus amigos.
“Mi gran pasión son las pelis de mafia, las series de mafia… Todo ese lenguaje me fascina. Mi película favorita es Uno de los nuestros.
Tengo mucho arraigo con mi familia y con mis amigos. Es una prioridad indiscutible.
Me rodeo de la misma gente desde hace mucho. La parte mafiosa tiene un
lado romántico y leal”. Salen en la conversación las drogas y las
chicas. Prefiere atajar famas infundadas: “
No soy un superkiller
de la noche. Si hay que salir una noche y estar hasta la hora de comer
del día siguiente se hace, pero no te puedo decir que he encadenado no
sé cuántas noches sin dormir”. En cuanto a las mujeres, se
muestra sorprendentemente tradicional: “Con Pereza llegó un momento que
empezamos a tener a un montón de chicas a nuestra disposición. La opción
era: me lo tomo con calma o voy a saco. Preferí tomármelo con calma.
Siento decepcionar al espectador. No iba con todo a cualquier precio.
Siempre voy con alguien que me guste.
No he practicado el groupismo de la manera más fiera, como número récord. Necesito encontrar más cosas. Cuando me he ido con alguien es porque me ha gustado”.
¿Es bueno Leiva para compartir casa, para convivir con él como pareja?Creo
que soy un tipo generoso y fácil para convivir. Pero hay un punto que
me da terror: el compromiso, el plantear todo como pareja… Me da terror.
¿Quieres ser padre?En este momento no, pero
indudablemente voy a querer serlo. Tengo mucha cosa con los niños. De
momento disfruto del hijo de Rubén, Leo [6 años], que es mi ahijado. Le
pregunta Rubén: ‘¿Quién es el guitarrista de AC/DC?’. Y el crío
responde: ‘Angus Young’. ‘¿Y el otro?’. Y el chaval contesta: ‘Malcolm’
[y sonríe mientras lo cuenta].
El vino se acaba y también el
tiempo de ofrecer reflexiones profundas. Coge de nuevo la guitarra. Su
voz todavía se escucha firme: “Hoy conocí a una chiquita, mona o foca
daba igual/ sólo salió de su boca, me llaman La Finita y no soy fina ni
ná”…
Leño acaricia la noche en Alameda de Osuna.